El pasado 25 de febrero el ministro saudí de Asuntos Exteriores Adel
al-Jubeir hizo una visita sin anunciar a Bagdad para tratar de
restablecer las hace tiempo rotas relaciones con Iraq, quizá con la
vista puesta en el papel que Arabia Saudí puede desempeñar en la región
una vez que haya sido derrotado el Estado Islámico (EI).
Esta visita
es la primera que hace un alto cargo saudí desde 1990, cuando el
entonces ministro de Exteriores Saud al-Faisal fue a Bagdad con el rey
Fahd para asistir a la Cumbre Árabe. Arabia Saudí envió a su embajador,
Thamer al-Sabhan, a Iraq por primera vez en junio de 2015 tras 25 años
de interrupción de relaciones diplomáticas. Sabhan, sin embargo, abandonó Bagdad el año pasado a petición del gobierno iraquí y no había sido sustituido.
Jubeir
afirmó que su país nombrará pronto un nuevo embajador en Iraq y que
desea establecer diferentes grados de relaciones económicas con Iraq.
“Arabia Saudí desea establecer unas relaciones especiales con Iraq y hay
voluntad de trabajar juntos en la guerra contra el terrorismo”, afirmó
Jubeir durante una conferencia de prensa con su homólogo iraquí, Ibrahim
al-Jaafari.
No obstante, la pregunta pertinente es por qué se ha
tardado tanto. ¿Qué hizo esperar a Arabia Saudí todos estos años desde
el derrocamiento de Sadam Husein en 2003 para establecer unas relaciones
y una cooperación especiales con Iraq en la guerra contra el
terrorismo?
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