Basta y sobra con que algún canalla tenga la ocurrencia de escribir, por
ejemplo, tu biografía para arruinar la obra de una vida. Especialmente
si se trata de algún bicho “posmoderno” incubado en los estercoleros
estéticos de esas editoriales que creen saberlo todo respecto a
los “gustos” del “público” o de los “lectores”. Especialmente si,
ungidos por la creatividad de mercado, escriben “pinceladas de color”
como: “en su casa lo tenían por torpe”, “gustaba de dormir mucho”,
“tenía mal aliento” o era un “personaje polémico”. Todas esa muecas
narrativas son hervideros de canalladas que sirven de “marco literario”
para destruir personas. Así han hecho con Marx, Lenin o Trotsky… Hugo
Chávez por mencionar algunos de los más calumniados “literariamente”
hablando.
Así las cosas, más vale escribirse uno mismo su “biografía” y en defensa propia. Sea uno conocido o no, se corre el riesgo de ser usado por cualquier patán literato
para decorar sus deyecciones. Al fin y al cabo la ética les importa
mucho menos que sus negocios y su egolatría. Ya es incontable el número
de víctimas que arrastran por la vida el estigma impuesto por un imaginativo
canalla que se autorizó a sí mismo para echar mano de la vida ajena y
deleitar su idiotez de escritor se-dicente. Y abundan como plaga.
Son necesarias leyes, reglamentos y acción política muy enérgicos para
frenar la estulticia de esa manía perversa. Son necesarios los críticos
rotundos, y los escarmientos sociales más inolvidables, para resarcir a
las víctimas denigradas por el manoseo literario de los tinterillos
mediocres hambrientos fama y dinero. Especialmente de dinero.
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