segunda-feira, fevereiro 27

Sobre la miseria humana

Esta es una Carta Abierta, escrita con la indignación fresca por las nuevas iniquidades perpetradas por su gobierno contra Milagro Sala, cuya destrucción física y psicológica procura. Pierda la esperanza de verla de rodillas a sus pies y advierta que en ese empeño ruin ha colocado a la UCR a la derecha del PRO, lo cual no es poco decir. Ella sufre, pero usted y sus cómplices se degradan.

1 La mano en el bolsillo 

El jueves fue uno de esos días que empiezan mal. Cerca de mi casa una mujer grande vive en la calle. Se sienta, se acuesta, come, se rasca o dormita, siempre en silencio, sin molestar ni hablar con nadie. Nunca la vi pedir, ni quejarse. Uno de sus zaguanes preferidos era el de un instituto de belleza femenina. Le pusieron una reja que subsiste ahora que quebró, a pesar de los méritos propios de la estilista que de un tiempo a esta parte dejaron de surtir efectos positivos. Nunca se aleja más de una cuadra de allí. Me llamó la atención que no estuviera sola como siempre. Sentado junto a ella había un hombre fornido, que no llegaría a los 30 años, de pantalón, remera y mochila negros. Imaginé que sería un familiar que intentaba convencerla de un regreso a casa. Pero vi que no hablaban y que ella dormía. Seguí unos pasos y me detuve a mirarlos. El tipo le metió la mano en el bolsillo y le sacó un rollito de billetes. Por el color me pareció que el de afuera era de dos pesos. Cuando terminé de entender lo que había visto me acerqué y le dije que se los devolviera. Me miró con una expresión tan vacía que ni brutalidad denotaba.
–¿Por qué se los tengo que devolver?
–Porque es injusto, ¿no ves que ella está peor que vos?
–Dejame tranquilo, no te metas conmigo– me contestó sin quitarse los auriculares y desprendiéndose de mi mano que intentó retenerlo para que no se alejara. Le bloquee el paso dos veces en distintas direcciones y el diálogo se repitió, hasta que me pegó un empujón y se fue. Lo seguí media cuadra pero iba más rápido de lo que yo puedo. La alternativa era gritar para que alguien de su edad y fortaleza lo tacleara y los honestos vecinos indignados lo lincharan como ya ocurrió en otras virtuosas ciudades y barrios, o buscar un policía para que llegaran varios patrulleros y se lo llevaran a molerlo a golpes en la comisaría y entregárselo al fuero que se encarga de los pobretones, a cuyos familiares veo todos los días aguantando en la puerta de la alcaldía de los tribunales de Lavalle. Por suerte no tuve ninguno de esos reflejos y lo dejé escapar. Había presenciado la miseria humana en su peor expresión, un pobre diablo que encontró una persona más golpeada que él para aprovecharse.

Nenhum comentário: