Primero fue la tala de miles de hectáreas de selva, después la
plantación de pinos y eucaliptos. Como Cartón Colombia primero, como la
irlandesa Smurfit Kappa hoy, la papelera se hizo fuerte,
silenciosamente, aliada con el poder. “Estamos cambiando agua por
basura”, denuncia un veterano ecologista.
En enero de 2016 el
acueducto de Salento se quedó seco. La quebrada Cañas Gordas, afluente
que abastece al municipio baluarte del turismo en el Quindío, había
perdido la totalidad de su caudal, era apenas un chorrito pantanoso
debajo de las dos bocatomas que surten al municipio. Mientras la
Corporación Autónoma del Quindío responsabilizaba al calentamiento
global, autoridades civiles del pueblo, campesinos y ecologistas de la
región apuntaron, una vez más, a las cabeceras del afluente: todo, hasta
los bordes mismos de la quebrada, está plantado de pinos. Según dicen, son esas plantaciones forestales las culpables de la escasez del agua.
Este
conflicto, que se repite en zonas rurales de Sevilla o Pereira, de
Riosucio o Dagua, ajusta medio siglo en el país con un nombre propio: Smurfit Kappa – Cartón de Colombia,
la multinacional que en 1969 comenzó a adquirir terrenos montañosos a
bajos precios para instalar cultivos forestales que sustentasen su
demanda de madera en la elaboración de pulpa papelera. Mientras el
debate ambiental en Colombia se enfoca con preocupación en los
conflictos petroleros y mineros, la multinacional irlandesa exprime
silenciosa miles de hectáreas en el país.
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