No es una guerra, es una catástrofe. Para esta batalla no
se necesitan soldados sino ciudadanos; y esos aún están por hacer. La
catástrofe es una oportunidad para ‘fabricarlos’.
Se ha impuesto con inquietante espontaneidad la metáfora
de la “guerra” como imagen y justificación de las radicales medidas
tomadas contra el virus. Conte en Italia, Macron en Francia, Sánchez e
Iglesias en España han declarado la “guerra” al virus o han hablado sin
cesar de una “situación de guerra”. En nuestro país, al mismo tiempo que
se desplegaba el Ejército en algunas ciudades, hemos visto al portavoz
de Sanidad, Fernando Simón, escoltado en las ruedas de prensa por el
JEMAD general Villarroya, cuyas intervenciones, por su parte, adoptan
muchas veces el tono de una arenga de trinchera: habla de una “contienda
bélica” y de una “guerra irregular” en la que todos “somos soldados”,
invocando una “moral de combate” y reivindicando los “valores militares”
para afrontar la amenaza colectiva.
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