En Colombia, lo mismo que se advierte a lo largo de toda la historia
nacional vuelve a advertirse en cada jornada electoral: la ausencia del
pueblo. Todo vuelve a girar alrededor de unos nombres y de unos
personajes, de sus odios y de sus venganzas, de sus programas y sus
convocatorias, pero la comunidad resulta cada vez más invisible,
convertida apenas en la comparsa de los elegidos, reducida a la
condición de pasivos electores e invisibilizada por la estadística.
Yo
diría que sólo una vez en el último siglo el pueblo tuvo una presencia
protagónica en los asuntos históricos, y fue bajo el influjo de Jorge
Eliécer Gaitán, quien también tenía el defecto de ser muy visible frente
al pueblo al que le hablaba, pero de quien no podemos dudar que se
inspiraba en ese pueblo, le daba fuerza en su discurso y lo engrandecía
con su estilo. No se ha reflexionado bastante sobre el hecho de que
Gaitán no difería del pueblo, él mismo era ese pueblo al que se dirigía
pero provisto de voz, de memoria, de ilustración, de recursos verbales,
de elocuencia y de pasión humana.
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