quinta-feira, março 29

La acusación de los desesperados

Karl Marx, a los veintiocho años, en 1846, al entrarle a su investigación sobre el suicidio y sus causas, anota: “La crítica francesa, la crítica francesa de la sociedad, tiene una gran superioridad en cierto aspecto: el ser capaz de dar cuenta de lo contradictorio y antinatural de la vida no sólo en las relaciones entre clases particulares, sino en todos los circuitos y figuras del intercambio cotidiano de hoy”. Para el joven Marx investigar significa lectura, interpretación y análisis de materiales de procedencia diversa, ya sea novelesca como periodística. Si la teoría literaria, según Terry Eagleton, es teoría política, cabe entender las exploraciones literarias del joven Marx como disparadores y derivas de su actividad filosófica, económica y sociológica. La literatura, un interés constante, le permitirá adentrarse en los entretelones del sistema capitalista, penetrar tanto en la intimidad de las alcobas como en el submundo miserable de los hospicios y asilos donde se destierran la pobreza y la demencia. “No es sólo de los escritores propiamente socialistas de Francia que se espera una caracterización crítica de las condiciones sociales”, escribe Marx. Desde su óptica, el folletín resulta un intento bonapartista de igualar los sujetos, ricos y pobres, mediante un armado efectista. Contemporánea suya, la producción narrativa de Eugene Sue se convierte, no obstante los reparos de Marx, en alegato contra la miseria y la opresión llegando a conquistar la simpatía de un periódico fourierista. En su documentada y precisa introducción de Marx y el suicidio (tres artículos tempranos y prácticamente desconocidos de Marx en nuestro país), Ricardo Abduca informa que en París, un trabajador desesperado llegó a colgarse en las inmediaciones del domicilio de Sue declarando que elegía morir cerca de alguien que “nos quiere y nos defiende”. A Sue lo seguirán en su pseudorealismo, pródigo en complicaciones de argumento y tremendismo, Víctor Hugo y Alejandro Dumas. La relación entre ficción y sociedad se tensa en las novelas por entregas que cautivan un público lector voraz necesitado de reconocerse en los dramones, aunque la compensación moralista de los finales felices nada tenga que ver con la realidad y responda a la moral burguesa. Reforzando esta perspectiva, Gramsci llegará a plantear que el superhombre populista de Dumas –en alusión a El Conde de Montecristi– debería leerse como una reacción democrática a la concepción del racismo de origen feudal.

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