La palabra cine desde ya me suena conservadora. La imagen audiovisual
tiene otras formas posibles además del cine. Estoy hablando de una
nueva maquinaria de imágenes, de nuevos fantasmagorías, nuevas e
insospechadas sombras electrónicas; mejor aún, luces electrónicas que,
por ahora, apenas entrevemos. En el escenario de la inmensa sala 1 del
Memorial de América Latina, iluminado sólo en la pequeña zona destinada
al personaje en escena, Fernando Birri, de 81 años, contemplaba así el
futuro, en su clase magna, hacia el final de la mañana del 14 de julio,
luego de ser presentado a la platea por el presidente del Memorial,
Fernando Leça.
A decir verdad, la mayoría de las personas reunidas
allí para oírlo, de una franja etaria amplísima, entre menos de 20 y
más de 80 años, conocía muy bien quién era aquella figura venerable de
larga barba blanca, que recordaba a un profeta nordestino a los ojos de
algunos o a León Tolstoi al mirar de otros. Porque para los aficionados
del cine de autor (underground), fuera de la corriente comercial (mainstream),
como era el caso de casi todos los presentes, el nombre de Birri,
cineasta argentino pero ciudadano del mundo, conlleva nada menos que una
metáfora de la capacidad de resistencia y de los múltiples
renacimientos del cine latinoamericano, en más de cinco décadas. Con
cierta frecuencia, a él se le atribuye la paternidad del Nuevo Cine
Latinoamericano.
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