Bien conocida es la sentencia marxiana en la que se nos recuerda que la
Historia primero se repite como tragedia, y después como farsa. En el
caso de España, sin embargo, lo que le convierte precisamente en un caso
trágico tal vez sea su inherente precipitación a la farsa.
Así las
cosas, desde el discurso institucional pareciera que nos hemos “topado”
con la crisis catalana como el brote de una seta y, por ciencia infusa,
una ya consumida Constitución, cuyos límites vienen resquebrajándose
desde el 15M, pudiera solucionar —a modo de síndrome de Munchausen— una
situación que en gran medida viene provocada sintomáticamente por la
mezcla de una lastrada irresponsabilidad política junto con una crisis
de régimen macerada, al menos patentemente, desde 2011.
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