El dato habla por sí solo: más de la mitad de las mujeres
responsables de familias monoparentales o madres solas son pobres, y con
ellas sus hijos e hijas, y la mayoría de ellas no trabaja o lo hace en
condiciones altamente precarias. La normativa a este respecto es
insuficiente, no específica y no atiende a las peculiaridades,
necesidades y demandas más significativas de estas mujeres y sus
familias.
El contexto de crisis económica que venimos arrastrando
ha complicado aún más su situación de precariedad, vulnerabilidad y
exclusión, ahondando en la ya antigua y progresiva feminización de la
pobreza, una feminización que acaba afectando a los menores que están a
su cargo, y que alimenta y cronifica la espiral de pobreza y exclusión
social en que están inmersas.
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