Entre el 7 y el 8 de diciembre la capital de Chile perdió la principal
vía de comunicación con Valparaíso, su puerto histórico de la costa del
Pacífico y uno de los más importantes del comercio exportador. Durante
casi dos días todo el tránsito, que suele ser muy intenso, fue desviado a
circuitos alternativos, lo cual agregó entre media hora y más de una
hora a la duración del viaje. Esto no se debió a un gran accidente ni a
una catástrofe natural; el hecho se repite todos los años para permitir
las peregrinaciones, en el Día de la Inmaculada Concepción, a un
santuario que está a medio camino entre Santiago y Valparaíso. Alrededor
de un millón de creyentes llega hasta la iglesia de Lo Vázquez,
levantada hace un siglo en un paraje sin otro significado místico que el
que le daban los devotos hacendados propietarios de los terrenos, y en
la carretera se producen escenas de religiosidad popular. Muchas
personas avanzan de rodillas, con sus espaldas agobiadas por unas
réplicas de la iglesia en madera y yeso; otras son empujadas en sillas
de ruedas, arriesgando sufrir por el gran calor males peores que
aquellos para los que van a pedir una cura milagrosa; los menos
comprometidos con el concepto católico del sufrimiento llegan en
bicicleta, con el talante relajado de una excursión campestre. Hay más
enfermeros, policías y ambulancias que en cualquier concierto masivo de
rock intentando mantener el orden, la salud y la seguridad de las
multitudes, mientras que miles de comerciantes instalados en los
alrededores del santuario venden alimentos y todo tipo de baratijas
religiosas.
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