1. ¿Cuántas toneladas de tinta,
cuántas horas de radio y televisión, cuántos tuits ha consumido el
Procés? Si ese gasto no es proporcional –como fácilmente se convendrá
vistos los problemas que aquejan al planeta– a la enjundia del
contencioso, habrá que indagar el porqué de tal derroche de atención.
Además, si observamos tal sesgo en el cuánto (y en el cómo) tendremos
razones para andarnos con cuidado en el qué (los contenidos, el relato).
2.
¿Cómo responder en cinco líneas a un corresponsal extranjero que quiere
explicar a una audiencia desprevenida cómo hemos llegado hasta aquí?
No
se puede atender cabalmente al aspecto subliminal del Procés que late
en esas preguntas sin echar mano de dos disciplinas: una antigua, la
sociología del conocimiento y otra reciente y que es en cierto sentido
el reverso de la epistemología, la agnotología. Para avalar este enfoque
partamos de una observación anecdótica. Una figura destacada (hoy lo es
todavía más) del ámbito sindical aseveró: “El derecho a decidir, quien
mejor lo puede interpretar es la sociedad catalana, que lo ha bautizado
así. El derecho a decidir es hijo de la sentencia del Tribunal
Constitucional [TC] sobre el estatuto de Cataluña. Si Cataluña quisiera
decir otra cosa, lo diría”1. La declaración es a la
vez sintomática, por el relieve y la ascendencia del emisor, y
emblemática, porque presupone la asunción del núcleo duro del relato de
los procesistas: la identificación entre secesionismo y sociedad
catalana, la tesis de la responsabilidad del TC (léase, España) y la
doble afirmación de que el derecho a decidir es un invento de la
sociedad catalana y una consecuencia de la sentencia. Todas estas
proposiciones son categóricamente falsas. Desde luego no ha habido
rectificación y tampoco ninguna enmienda pública desde el sindicato que
representa; una muestra añadida de la difusión capilar de esta narrativa
de parte.
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