segunda-feira, fevereiro 26

Un rey para la Junta militar

Thailandia, bautizada por la cursilería de los empresarios del turismo como el “país de las sonrisas”, tiene tras ellas la mirada de los generales de una Junta Militar que fue capaz de imponer un golpe de Estado mientras declaraba que defendía la libertad y la democracia, y el rostro de un nuevo rey, déspota y autoritario, feroz experto en contrainsurgencia. Ello no impide que las gigantescas operaciones inmobiliarias que están llenando Bangkok de rascacielos, adornen las obras con desmesurados carteles a mayor gloria de Bhumibol, el rey finado, o de su hijo, el monarca Vajiralongkorn, un viejo soldado de la guerra fría, formado por Estados Unidos en la militancia contra el comunismo. Vajiralongkorn, el nuevo rey del país, no suscita ningún entusiasmo popular, pese a que la población thailandesa ha sido moldeada durante décadas en el fervor monárquico y en la adoración a Bhumibol, a quien el gobierno y el Consejo Real presentaron siempre como un ser casi divino, un rey amante de la ciencia y del arte, preocupado por el progreso de su pueblo, mientras ocultaban con celo extraordinario la oscura red de sus turbios negocios privados, dirigidos desde su palacio Chitralada, escondían las concesiones del gobierno, y encubrían que sus inversiones en muchos sectores de la economía contaban con información privilegiada y la corrupción. Bhumibol acumuló una gran fortuna, que la revista Forbes cifraba en 35.000 millones de dólares.

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