quinta-feira, fevereiro 1

A un año de la Women's March

Hace cuatro meses que vivo en Estados Unidos, después de haberlo hecho toda mi vida en Chile, específicamente en la “empalmerada” ciudad de San Diego. Inmunizada frontera con Tijuana, en donde se levantan los ocho muros prototipos de la administración de Trump. Violenta hibrys [1] de la supremacía blanca, es esta la que sirve para sustentar el discurso que hizo presidenciable la misoginia y el racismo blanco, capitalista e imperialista, recrudecido y legitimado en el púlpito estatal (¡cuándo no ha sido así!). Por supuesto que la historia de Estados Unidos, su propia constitución como Estado, ha demostrado en múltiples ocasiones la fuerza que esa hibrys posee para perpetuar la voluntad de poder entendida como dominación (¡cuándo no ha sido así!, again). Sin embargo, la embestida trumpista ha puesto en juego nuevamente las reaccciones más mortuorias del pasado, pero ahora engolosinadas frente y en contra de la crítica pública de medios masivos ante soportes del poder o de las afirmaciones de incapacidad mental del presidente por parte de agrupaciones psiquiátricas, como también entre otras, pero principalmente, de la reactivación de la calle.

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