El
precipitado viaje del rey Juan Carlos I -escapando en la oscuridad de
la noche, como si de un ladrón convicto se tratase- más la retirada
de asignación económica por parte de su hijo Felipe VI, cuya
asignación no ha regresado a las arcas públicas, más la presunta
renuncia de éste a su futuro patrimonio en paraísos fiscales, más
la carta a su hijo Felipe, más la traca final del disparatado
comunicado de la Casa Real, han generado un terremoto de elevada
intensidad en medios nacionales e internacionales.
Los efectos del gigantesco seísmo -a la inminente rentrée de
este caluroso verano, bajo la amenaza del coronavirus- pondrá frente al
espejo de sus escándalos a la familia real española, dejando sin
argumentos mínimamente racionales a una ultraderecha, rabiosamente
franquista, que exculpa al rey contra toda evidencia.
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