Irma disponía de sobradas condiciones para tornarse uno de los más 
poderosos huracanes formados en el Atlántico. Como informó en su momento
 a la prensa nacional el reconocido meteorólogo cubano José Rubiera, la 
temperatura del mar era mucho más elevada que lo que se precisa para 
insuflar fuerza al monstruoso fenómeno, que llegó a copar un área 
comparable con la de Francia. Si normalmente 26,5 grados resultan 
suficientes para el desarrollo de un organismo de ese tipo, el de esta 
vez encontró 29, 30 y hasta 31 grados, entre otros elementos. 
 
Interrogado sobre una posible relación entre el vigor del evento y el 
cambio climático, adujo que no se debe asegurar teniendo como referencia
 uno solo de esos hechos naturales, ya que la llevada y traída 
metamorfosis ocurre a largo plazo de distintas variables. “Respecto a 
los huracanes y el número de ellos que ocurren cada año, se pueden hacer
 pocas inferencias y por eso existen algunas incertidumbres. Lo que sí 
es cierto, o parece cierto, es que los huracanes han tendido a ser más 
intensos durante el presente siglo XXI y su máxima intensidad la han 
alcanzado en plazos récord de pocas horas”. 
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