No es solo el criminal Netanyahu, sino también –y acaso principalmente– quienes le sostienen, le arman, le financian y alientan su nuevo eufemismo, el “derecho a defenderse”. ¿Defenderse, de quién? ¿De media Humanidad? ¿De poblaciones enteras, de refugiados vulnerables, de ancianos, mujeres y niños indefensos? Netanyahu y sus acompañantes basan sus maldades en sus sagradas escrituras, en el supuesto designio divino de “pueblo elegido”.
Nos atosigan con la intoxicación engañosa de que nadie es capaz de parar a ese desalmado sediento de sangre, muerte y destrucción. ¡Eso es mentira! Los poderosos del mundo no es que no puedan, es que no solo no quieren hacerlo, sino que les viene muy bien para quitarse enemigos de encima, vender armas a granel, las más potentes y mortíferas de la Historia y, después, lanzarse al fabuloso negocio de la reconstrucción de lo previamente devastado.
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