Ha sido una decisión de los pueblos romper las estructuras de
explotación y dominación capitalista e imperialista. Este objetivo
histórico, de lograrse en Nuestra América, sería una victoria
estratégica de los pueblos que resisten sin capitular. Cuba, contra
viento y marea, y a pesar del bloqueo del gobierno estadunidense, hace
59 años emprendió ese camino de soberanía, socialismo y definitiva
independencia.
Avanzar hacia este propósito es de enorme complejidad
hoy en un continente vastamente recolonizado, que disputa –no sin
dificultades– espacios crecientes con expresiones políticas flexibles
que sean capaces de comprender –y utilizar en su favor– las
contradicciones inter e intraimperiales, así como las internas en el
campo de las clases dominantes; acumular fuerzas como pueblos, pero sin
las herramientas del viejo Estado que aún sueña con el fin de las
revoluciones, o con la obsolescencia de las tesis centrales del marxismo
sustentadas hoy por organizaciones políticas de variada naturaleza que,
en su diversidad, busca llevar a cabo transformaciones sociales que
trasciendan el capitalismo. Estas expresiones políticas constituyen el
polo equidistante de la izquierda institucional, que ha renunciado a la
utopía revolucionaria y se ha vuelto funcional al sistema dominante.
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