Uno de los principios de la nueva economía es que para sobrevivir hay que crecer siempre. También en tiempos de pandemia. Y los trabajadores de los servicios sociales conocen sus consecuencias. El mercado persa en el que se ha convertido el sector les causa estragos. Están agotados e irritados. No hay más que ver su descontento y escuchar cómo sobreviven en una situación límite: “Es un verdadero caos. Nos han abandonado a nuestra suerte y ya no aguantamos más. Estamos hartos”, relata un miembro de una de las secciones sindicales del Centro para Personas sin Hogar Juan Luis Vives de Madrid, un albergue donde 130 residentes conviven a diario con 4 o 5 trabajadores sociales, un enfermero y, a veces, sin médico. La mayoría son empleados eventuales. “Hay miedo a perder el puesto y a las represalias internas si te quejas de la situación a altas instancias. Por eso no queremos identificarnos”, se justifica para mantener su anonimato. Denunciar la podredumbre de las condiciones laborales es traspasar un límite protegido por un poste de alta tensión.
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