segunda-feira, julho 3

Corrupción: su moral y la nuestra

Para quienes pensamos que la política es la gran herramienta para la emancipación de las clases subalternas, su uso como palanca de enriquecimiento personal o para sufragar la posición electoral de las diversas camarillas mafiosas es algo que inmediatamente nos sitúa como antagonistas del orden que posibilita esta inmoralidad.
No es casualidad que el pueblo de izquierdas, el que aspira a profundos cambios, tenga una actitud más crítica e inflexible ante los casos de corrupción de sus líderes que la que mantiene la base popular del electorado de derechas, capaz de disculpar a Bárcenas si preciso fuera. Sólo en momentos muy críticos y con elevados riesgos de mayor derechización, ese pueblo de derechas se moviliza contra el saqueo. En un plano general hay dos enfoques éticos en disputa sobre la corrupción y de cuál sea el resultado del conflicto, dependerá el reforzamiento del sentido común dominante que consolida la dominación o, por el contario, su sustitución por un nuevo sentido común emancipador emergente.
La hipótesis de trabajo contra la corrupción más plausible es que si estamos ante un fenómeno individual y aislado, el objetivo debe ser minimizarla mediante medidas de transparencia, publicidad y control administrativo, junto a modificación de leyes mercantiles y penales, y todo ello acompañado del clima que asegure el rechazo social ante tales casos. Pero si, por el contrario, como es el caso mayoritario, estamos ante un fenómeno sistémico, hay que plantearse actuaciones sistemáticas, de amplio espectro y duraderas para lograr su erradicación, que no excluyen las anteriormente citadas pero que deben ser integradas en un abanico más amplio de medidas. Y tal como he venido defendiendo la adopción de esas medidas para que sean eficaces, deben partir de la consideración de la naturaleza del fenómeno de “su relación estructural con el tipo de capitalismo que se ha ido configurando contemporáneamente y con el proceso de desmocratización consiguiente” tal y como plantea Jaime Pastor (2010) en “Corrupción política vs. democracia y socialismo desde abajo” 1/.

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