quarta-feira, abril 6

El Apocalipsis japonés explicado a Occidente

Inmediatamente después de la tragedia que golpeó Japón, los medios de comunicación occidentales se maravillaban ante las multitudes de Tokio que caminaban en orden la noche del seísmo sin manifestaciones de desesperación y siempre conteniendo las lágrimas. Se habla de estoicismo, de dignidad, de fatalismo, de tabú… Esa actitud se ha atribuido a la formación («todos los estudiantes japoneses aprenden lo que hay que hacer en caso de terremoto»), a la costumbre («en Japón las furias de la naturaleza forman parte de la vida») y a veces a la manipulación («los medios ocultan lo más horrible»). También se ha hablado mucho de una supuesta mezcla de Zen y cultura pop, dibujos y mangas, «cultura de lo efímero» y «cultura del desastre» (1). Se han llegado a recitar en la televisión –sobre la tumba de barro donde yacen enterradas veinte mil víctimas- los antiquísimos haikus para explicar a los telespectadores «por qué no lloran los japoneses» (2). Como reacción a esa avalancha mediática, otros han denunciado el viejo fantasma orientalista de una diferencia inventada, e incluso las reminiscencias del «japonismo» del gusto de los ultranacionalistas nipones que quieren demostrar, a golpe de anécdotas y generalizaciones abusivas, que los japoneses constituyen un pueblo cultural y genéticamente homogéneo cuya «esencia» no se parece a ninguna otra… (3).

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