“Lo único que tienen que hacer es retirar los cadáveres” recomendaba
 Boris Johnson a los libios de la ciudad de Sirte, y no para que dieran 
una digna sepultura a miles de civiles asesinados por las fuerzas 
copatrocinadas por los Gobiernos de “Su majestad”, sino para que los 
inversores del Reino Unido pudieran levantar hoteles de lujo sobre las 
fosas comunes. ¡Esta persona aún sigue en su puesto!
En el sexto 
aniversario de la ejecución del jefe del Estado libio, Muammar Gadafi, a
 manos de la turba dirigida por Hilary Clinton -quien un día antes 
estuvo en Libia y se reivindicó las medallas por su crimen de guerra al 
gritar de alegría “¡Vinimos, vimos, murió!”- y su destrucción total por la OTAN, Occidente aún no ha podido sacar el provecho deseado de su botín.
La destrucción perpetrada por la OTAN-yihadistas ha convertido a uno de los estados más vertebrados de África en un estado “fallido”. Ya dijo el coronel Edward Lansdale: “Sólo hay una forma de controlar un territorio que alberga resistencia, y eso es convertirlo en un desierto”. El
 caos reinante es gestionado por los grupos armados locales y 
regionales, criminales, tribales e integristas que hacen de “proxy” de 
una potencia extranjera. Caos que impidió al Pentágono instalar en Libia
 la base de su comando AFRICOM y le ha obligado a forzar sus bases en 
España. Aunque contratar al ejército privado del “yihadismo” resulta más
 rentable -pues externaliza las misiones militares, evita una protesta 
política en casa, puede llevar a cabo una “guerra sucia” y es más 
barato- también tiene sus inconveniencias.
 
 
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