Existe un cierto consenso, cada vez más amplio, de que la Unión Europea
no funciona, y es que el gradualismo ha introducido el proyecto en
encrucijadas de difícil -más bien de imposible- salida. Resulta ilusorio
pretender corregir ahora la asimetría de partida con la que se
redactaron los Tratados. Los países que se vieron beneficiados por ellos
-Alemania y demás países del Norte- quizás hubieran estado dispuestos a
ceder en el origen como contrapartida a las ventajas que obtenían de la
Unión. Incluso hubiera sido el momento de explicárselo a sus propios
ciudadanos. Pero de ningún modo van a hacer ahora concesiones
sustanciales a cambio de nada, ni es fácil hacer comprender en este
momento a sus poblaciones que si quieren que el sistema funcione deben
crear mecanismos de solidaridad y de redistribución con el resto de
países a los que la Unión, tal como está concebida, perjudica.
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