Estados Unidos se encuentra atravesando por una fase en la que su
capacidad para determinar la manera en que se estructura y funciona la
economía global —junto con su respectivo sistema interestatal— es, en
términos absolutos, mucho menor que aquella que llegó a gozar durante el
cuarto de siglo en el que era indiscutible su rol hegemónico. En
general, este proceso en cuestión no es propio de la historia
estadounidense, ni mucho menos. A lo largo de los últimos cinco siglos,
de manera regular en lapsos de tiempo que van desde los cien hasta los
doscientos años, en promedio, el sistema internacional y sus estructuras
de poder, de producción y de consumo se han encontrado bajo el amparo
de una potencia hegemónica determinada.
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