El 17 de marzo, Ala’a Ali dejó a su mujer y a su niña de cuatro años
en casa de unos familiares en la barriada de al-Yadida, Mosul, y volvió a
la suya para lavarse antes de la llamada a la oración de la mañana. Dos
minutos después de llegar, una explosión ensordecedora asoló la
barriada, inundando de humo negro la estrecha calle.
“Me escondí en un rincón del edificio mientras el humo se abría paso por las ventanas”, dijo Ali, de 28 años, a The Intercept.
“Entonces fue cuando el olor me inundó y sentí que apenas podía
respirar”. Tan pronto como pudo, escapó de su escondite y corrió hacia
el escenario de la explosión y hacia la casa donde había dejado a su
familia.
El hogar había sido alcanzado por un ataque de las
fuerzas de la coalición liderada por EEUU al tratar de bombardear a los
combatientes del Estado Islámico.
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