El falangismo vuelve a ser noticia. Primero, una joven con camisa azul vierte su odio contra los judíos durante un homenaje a la División Azul en el cementerio de la Almudena, en Madrid. Algunos días después, una bandera con el yugo y las flechas aparece colgada de la pared de uno de los despachos del Parlamento de Andalucía. Ya en marzo, un vídeo en el que se apuesta por la antipolítica se hace viral y se equipara con el discurso falangista, algo que su autora niega. Un día antes del 8-M, brazo en alto y entonando el Cara al sol, decenas de falangistas se dan cita en el centro de Valladolid.
Quienes se consideran herederos de José Antonio Primo de Rivera vuelven a ocupar un hueco en los medios, lo cual sorprende debido a la marginalidad en la que se mueven quienes defienden en público sus postulados, algo que se demuestra cuando se presentan a las elecciones bajo sus propias siglas. Así lo considera el profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Rey Juan Carlos Miguel Madueño Álvarez, que asegura que la repercusión que tienen actos como los que se celebran cada 20-N “obedece más al morbo y a la denuncia por la exaltación de Franco” que a un interés real por el falangismo.
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