Según relata el ilustre economista John Kenneth Galbraith en su trepidante historia
de la Gran Depresión, en agosto de 1929, dos meses antes del
estrepitoso crack de la bolsa neoyorquina, fue recibida con gran
alborozo la noticia de la instalación de emisoras de radio en los
trasatlánticos que surcaban el océano. El milagro tecnológico evitaba a
los especuladores de Wall Street sufrir la ansiedad generada por no
poder operar en el desquiciado parqué neoyorquino durante los
interminables seis o siete días que duraba el viaje a Europa. Un poeta
anónimo celebró así la prolongación del festín bursátil al puente del
trasatlántico en alta mar: 'Nos apiñábamos dentro de la cabina
observando las cifras sobre el tablero, era medianoche en el océano y
una tempestad rugía amenazadora'.
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