Si para algo ha servido la crisis del capitalismo global, ha sido para volver a situar la deuda en un papel de absoluto protagonismo. Su extraordinaria relevancia ha unido el sufrimiento de millones de familias, abocadas a la quiebra y a su expulsión del sistema, con el de los países de la periferia europea también incapaces de liberarse de sus letales efectos.
Las crisis de la deuda son manifestaciones extremas de la evolución del capitalismo financiero. Hoy ahogan a los países de la periferia europea (Grecia, Portugal, Irlanda, Italia o España) pero se asientan en los mismos principios que las que sufrieron en el pasado numerosos países africanos, asiáticos y latinoamericanos, y que, de hecho siguen hipotecando su futuro hoy en día. Estamos ante expresiones diferentes de un mismo fenómeno.
La deuda es en primer lugar el reverso del crédito. Ese mecanismo que le permite al sistema capitalista ir más allá de sus propios límites en el proceso de reproducción del capital. Juega el papel de una droga, una versión mercantilista y psicotrópica del citius, altius, fortius de Coubertain, pero como toda droga que permite a un organismo ir más allá de aquello para lo que está diseñado, produce un agotamiento cíclico, que le lleva a ser “hospitalizado” en forma de recesión económica. Eso es debido a que la deuda posee una virtud curiosa: mientras la producción va bien, la amplifica, cuando la economía productiva falla, también amplifica su caída. El crédito se convierte en deuda impagable que ahoga al crecimiento económico capitalista. Es un efecto del agotamiento que padece el sistema económico capitalista, un síntoma de un sistema con una enfermedad tan contradictoria como incurable: la de la sobrecapacidad productiva.
Precisamente esa sobreproducción de capital arrastra a un proceso donde la especulación, el “capitalismo de casino”, adquiere un peso cada vez más sobredimensionado en la economía global, produciendo entre otras paradojas que hasta la deuda se convierte en un objeto de especulación y, como en el casino, unos ganan sobre la ruina de otros. Pero aquí siempre ganan los mismos: banqueros, especuladores, grandes empresarios y sus gobiernos amaestrados, y la ruina es de la gran mayoría de la sociedad, del pueblo trabajador.
Esto nos hace recordar que todo en la economía, tiene un carácter de clase. No tiene nada que ver los efectos y tratamiento de la deuda para la clase dominante, especialmente el capital financiero, y para las familias de la clase obrera.
En el Estado español, cada día son despojadas de su vivienda por desahucio o dación en pago en torno a 300 familias; en definitiva, por no poder hacer frente a la deuda contraída con el propietario del inmueble que es, en la mayoría de los casos, un banco. Pagan el delito de intentar una vida mejor con el producto de su trabajo y se les arrebata el trabajo y la vivienda, dos derechos básicos que debe garantizar la sociedad. Solamente con 34.000 millones de euros podría haberse cancelado la totalidad de la deuda hipotecaria de las familias en situación de morosidad[1]. Sin embargo, la actuación de los sucesivos gobiernos ha sido diferente. Una entidad financiera, BFA-Bankia, ha necesitado ayudas públicas superiores a 147.000 millones de euros para evitar la quiebra[2]. En realidad se ha rescatado a los acreedores y se han utilizado para ello recursos públicos que hipotecan a las Administraciones Públicas.
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