Barcelona es probablemente la ciudad del mundo que más discurso ha producido sobre sí misma, sus excelencias culturales, su clima, su urbanismo progresista… sobre su “modelo”. En términos neoliberales de competencia entre urbes por atraer capitales, la apuesta por el turismo como eje de la economía urbana postindustrial ha sido un éxito. En 2019, antes de la pandemia, este sector suponía casi el 13% de su Producto Interior Bruto (PIB) y daba empleo a más de 131.000 trabajadores y trabajadoras, el 12,5% del total. Pero para sus habitantes, el reparto de los beneficios, como siempre sucede, es muy desigual. Las molestias que produce la turistificación, las dificultades de habitar una ciudad volcada hacia el turismo o la distribución desigual de sus beneficios llevan tiempo formando parte del debate público, con mayor o menor tensión, según el momento.
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