Cada día las noticias de los abusos de los poderosos sobre los débiles abundan y, con seguridad, se refieren sólo a parte del cúmulo cuya mayor proporción permanece en la oscuridad. Los medios de los centros desarrollados suelen armar escándalo cuando las autoridades judiciales de un país de la periferia incurren en prácticas indecentes con los de abajo, como no es extraño que ocurra. Pero Estados Unidos puede mantener indefinidamente la infamia innombrable de Guantánamo o proseguir con sus prisiones repletas, con el campeonato mundial en ese rubro: a fines de 2016 había 2.16 millones de personas en prisión y esa cifra representaba la tasa más baja de los 20 años previos. De acuerdo con un informe de la ONU (https://www.un.org./es/chronicle/article), EE.UU., con sólo 5 por ciento de la población del planeta, representaba 25 por ciento de la población penitenciaria mundial. Además, 67 por ciento de los reclusos son personas de color, a pesar de ser sólo 37 por ciento de la población de EE.UU.: los pobres son delincuentes por definición.
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