De acuerdo con The Global 2000 ranking publicado por la revista Forbes, la mayor empresa cotizada por activos del mundo es hoy el Industrial and Commercial Bank of China (ICBC), un banco propiedad del Estado chino. Le siguen en la clasificación otros bancos públicos chinos, esto es, el Agricultural Bank of China, el China Construction Bank y el Bank of China. En quinto lugar se encuentra el mismísimo JPMorgan Chase de Wall Street. Es de sobra conocido que la economía china se halla altamente financiarizada y que su sector bancario, el mayor del mundo en este momento, está en su mayor parte bajo control gubernamental. Y, sin embargo, desde la llegada de Xi Jinping a la dirección del Partido Comunista de China (PCCh) en 2012, este último ha actuado como si su autoridad sobre las altas finanzas fuera todavía insuficiente. Desde 2017 en particular una revolución desde arriba ha investido el sector financiero chino y ha propiciado una serie de purgas, detenciones, penas de muerte esporádicas, una despiadada rectificación de los segmentos más dudosos de los mercados de capitales y, lo que es más significativo, una reordenación institucional en la cúspide de sus instancias directivas, lo cual ha transferido la dirección operativa del entorno financiero de los organismos públicos al Comité Central del PCCh.
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