Hace tiempo que este poema sirio se venía compartiendo en lengua árabe, aunque creemos que todo el mundo debería conocerlo. Hay quien dice que fue escrito por alguien que iba en un barco antes de que todos se ahogaran, pero no podemos verificar quién fue su autor. En cualquier caso, lo que cuenta es verdad.
Lo siento, madre, el barco se hundió y no pude llegar allí ni pagar las deudas del viaje.
Madre, no estés triste de que no pudieran encontrar mi cuerpo, para qué iba a servirte ya sino para tener que pagar el transporte, el funeral, el entierro.
Lo siento mucho, madre, siento mucho esa guerra que se nos echó encima y me obligó a marcharme, como a los otros, aunque mis sueños no eran tan grandes como los suyos.
Como tú bien sabes, sólo soñaba con poder pagar la caja de medicinas para tu colon, con tener lo necesario para arreglarte los dientes. Los míos son ahora verdes, el color del musgo adherido a ellos.
A pesar de ello, son aún más bonitos que los dientes del dictador.
Lo siento, madre, siento haberte construido una casa a base de ilusiones. Una casita de madera como las que veíamos en las películas. Una humilde casita para escapar de las bombas de barril, lejos del sectarismo, de las lealtades étnicas y de los rumores de nuestros vecinos.
Lo siento, hermano, siento no poder enviarte los cincuenta euros que te prometí a principios de cada mes para que pudieras pasarlo bien antes de graduarte.
Lo siento, hermana, siento no poder enviarte un nuevo teléfono móvil con wifi, como el de la más acomodada de tus amigas.
Lo siento, hermosa casa soñada, nunca voy a poder colgar mi abrigo detrás de tu puerta.
Lo siento, queridos buzos y todos los que os esforzáis en las labores de búsqueda y rescate, porque no conozco el nombre del mar en el que me he ahogado.
Quédate tranquilo, departamento de inmigración, porque no voy a constituir ninguna carga pesada para vosotros.
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