Jean-Pierre Chevènement (Belfort, 1939) aúna la experiencia y la savia nueva de la izquierda republicana francesa. Armado de un poderoso pensamiento y dotes de animal político, en su larga trayectoria (participó en la fundación del Partido Socialista Francés en 1972) se ha caracterizado por ser alguien con ideas propias. Y alguien a quien la historia le ha dado la razón. Tras ocupar diferentes carteras en gobiernos socialistas, presentó su dimisión en 1991 al manifestarse en contra de la entrada de Francia en la guerra del Golfo. Impulsó el Movimiento de los Ciudadanos (1993), que una década después se convirtió en el Movimiento Republicano y Ciudadano (MRC).
Chevènement se opuso al Tratado de Maastricht, a la Constitución europea (por considerar que convertiría al viejo continente en vasallo de Estados Unidos) y, en su último libro, “1914-2014 Europa ¿fuera de la historia?” (El Viejo Topo), propone sustituir el euro por una moneda común que conviva con las monedas nacionales. La suya es una reflexión de largo recorrido, que pasa por las dos mundializaciones liberales y se detiene en un hito clave: la primera guerra mundial. Concluye que actualmente Europa está fuera de la Historia y defiende el viejo proyecto gaullista de “una Europa europea”, frente a un servil protectorado norteamericano.
-Parece evidente que uno de los problemas de la vieja Europa es el descrédito de la política y, más aún, su postración ante la tiranía del poder económico. ¿Piensa que los valores del tradicional estado republicano francés, incluidas las conquistas sociales, podrían representar una alternativa?
-Opino que los valores de ciudadanía que definen la nación política en la concepción francesa, procedentes de la Revolución, tienen un alcance universal. Nuestra definición de la nación no es de carácter étnico. No es la idea del “Volk” que inspiró a los doctrinarios alemanes a principios del siglo XIX. No es el concepto étnico-cultural, que revive hoy en ciertos países. Pienso, por ejemplo, en Hungría o en Bélgica, en el nacionalismo flamenco. Digamos que el concepto de la nación que en Francia llamamos “republicano” es de carácter “progresista”. Somos ciudadanos de un país, con independencia del origen étnico, religión, o cultura. Es, por otra parte, la idea que desarrollaba el filósofo Ernest Renan en 1882, en una célebre conferencia en la Sorbona, titulada “¿Qué es una nación?”. Respondía: “es un plebiscito de todos los días”. Por tanto, la pertenencia a la nación se fundamenta en la adhesión. No se trata de un elemento objetivo, sino espiritual, el que define la pertenencia a la nación.
-Precisamente en el momento actual, tras la abdicación de Juan Carlos de Borbón, en España se vive un acalorado debate entre las opciones monárquica y republicana
-España es una de las naciones más viejas de Europa junto a Francia e Inglaterra. Las tres han sido antes monarquías, España e Inglaterra lo continúan siendo. Francia escogió la forma republicana en el siglo XIX. Nunca fue fácil, hay que decirlo. De hecho, a menudo se define la V República francesa como una “monarquía republicana”.
-Afirma en el libro que la construcción de la Unión Europea se realiza en contra de las naciones. Y dedica muchas páginas del libro a analizar el gran precedente que supuso la primera guerra mundial. ¿Podría explicarse?
-Europa se ha hecho históricamente con sus naciones. Por ejemplo España es, con Portugal, el país de los grandes descubrimientos, que proyecta a Europa más allá del océano. De hecho, España será la potencia europea dominante durante varios siglos. Su cultura, literatura y pintura son elementos indispensables en la definición de una cultura europea. ¿Qué ha sucedido? En 1914 se achacó a las naciones crímenes que no habían cometido. Porque no fueron las naciones quienes decidieron la primera guerra mundial. Al contrario, tomaron la decisión un número muy reducido de personas. El libro defiende la tesis de que tras la primera mundialización liberal, que se desarrolló bajo la hegemonía británica, se modificó la jerarquía de las potencias. Y eso provocó tensiones, principalmente entre el Imperio Británico y la Alemania imperial, que desembocaron en la guerra. La gran conflagración de 1914 no fue principalmente franco-alemana, sino un conflicto por la hegemonía mundial (entre el Imperio Británico y la Alemania imperial).
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