Inmediatamente después de la invasión de 2003, el veredicto triunfalista de los medios de comunicación dominantes fue que la guerra se había ganado; a Iraq se le garantizó un futuro bueno y democrático. William Rees-Mogg, escritor de The Times, loaba la victoria: “El 9 de abril de 2003 fue el Día de la Libertad para Iraq. (…) Lo logró ‘la locomotora de liberación global’, Estados Unidos. Tras 24 años de opresión, tres guerras y tres semanas de bombardeos constantes, Bagdad ha emergido de una era de las tinieblas. Ayer fue un día histórico de liberación” [1].
“Creo que para muchos estadounidenses el problema de esta guerra es que la premisa sobre la que justificamos el ir a la guerra demostró no ser válida, esto es, que Sadam tenía armas de destrucción masiva”, declaró a los periodistas Robert Gates, secretario de Defensa, en una visita a Iraq. “Así que, cuando se empieza desde este punto de vista, entender retrospectivamente cómo tratar la guerra (aunque el resultado sea bueno desde el punto de vista de Estados Unidos) siempre estará empañado por cómo empezó” [2].
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