terça-feira, abril 11

Los trabajadores «roban» a los inversionistas

En 1919, en la Corte Suprema de justicia de Michigan se produjo un hecho con consecuencias ideológicas que ya superan los cien años, aunque sus raíces están en la Inglaterra del siglo XVI, como explicaremos en un próximo libro, algo para leer con menos urgencia y ansiedad―al menos esa es la superstición de todo escritor que malgasta su vida investigando cosas que a pocos les interesa y a muchos no les conviene.

Un protagonista y víctima paradójica fue Henry Ford, uno de los tantos millonarios admiradores de Hitler y condecorado por este, con un sentido aristocrático y racista de las sociedades. Siete años más tarde, su decisión de otorgarles a sus trabajadores uno de los derechos más largamente revindicados por los sindicatos en Occidente, las ocho horas (8-8-8, ocho horas para trabajar, ocho para descansar y ocho para vivir) se basaba en que los obreros debían tener tiempo y poder de consumo para ampliar los negocios de los de arriba. Como Hitler, Ford también se había propuesto producir un auto del pueblo (Volkswagen) que pudiese llevar a un hombre al volante, su mujer al lado y tres hijos detrás.

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