Aproximadamente un año antes de morir, el físico Stephen Hawking se preguntó en un periódico británico cuál es el efecto de la desigualdad, en una situación en la que “la vida de las personas más ricas en las partes más prósperas del mundo se vuelve angustiosamente visible para todos, incluidos los pobres, que tienen acceso a un teléfono. Y dado que ya hay más personas con teléfono que con acceso a agua potable en África subsahariana, esto significa que en poco tiempo casi nadie en nuestro planeta superpoblado escapará a la percepción de] desigualdad”(The Guardian, 12/01/2016). Este dramático hallazgo tiene numerosas implicaciones. La principal es que la desigualdad, resaltada por la fluidez de la comunicación, añade angustia al castigo, especialmente donde la gente más sufre, como en el continente donde hay más personas con teléfonos móviles que con acceso al agua. La desigualdad es una agonía que está destruyendo nuestro mundo y su visibilidad refuerza la exigencia de justicia.
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