Juan Carlos, Rey de España, ha huido, o se ha ocultado y nadie sabe
dónde está. Esa es una parte de la noticia. La otra es que el
denominado como «Consenso Constitucional» de
la transición española de 1978 también se encuentra en paradero
desconocido a causa de dos caricaturas de chiste; un «comisario»
mortadelo, guarda y administrador de las cloacas del viejo régimen,
junto a una princesa picarona de la alta burguesía alemana. Entre los
dos, el destino interpuso un Rey; El Rey de España restaurado por el
dictador Franco.
Paradójicamente Sánchez proclama la adhesión del PSOE al viejo pacto
constitucional. Frente al trono abandonado el presidente del gobierno
de España Pedro Sánchez, manifiesta su respeto al «consenso constitucional»
español. Consenso que se reduce en la práctica a la pura y simple
aceptación –por claras razones de conveniencia–, de un modus vivendi
heredado de la etapa de la dictadura sin consenso moral alguno.
Efectivamente, Juan Carlos I no es causa, sino efecto, de una constitución que carece de interpretación moral porque carece de norma de equidad. La Constitución Española carece de noción de equilibrio, o de homeostasis. Carencia que fragua la transición española por la ruta de la alternancia entre una derecha depredadora de capitales y una izquierda pragmática que comparten una misma concepción muy particular del bien.
Efectivamente, Juan Carlos I no es causa, sino efecto, de una constitución que carece de interpretación moral porque carece de norma de equidad. La Constitución Española carece de noción de equilibrio, o de homeostasis. Carencia que fragua la transición española por la ruta de la alternancia entre una derecha depredadora de capitales y una izquierda pragmática que comparten una misma concepción muy particular del bien.
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