La dramática muerte de Mohamed Morsi el pasado lunes, el único
presidente egipcio electo democráticamente en la historia reciente, no
fue realmente una sorpresa.
Es difícil imaginar un momento más
irónico: tan solo dos semanas antes del sexto aniversario de su
destitución y arresto tras el golpe militar que lo expulsó de su cargo
un año después de llegar a la presidencia.
La única sorpresa es que pudiera aguantar tanto tiempo en condiciones tan deplorables.
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