La izquierda cerró filas en torno a Lula, asegurando su inocencia,
con el argumento de la falta de pruebas, ya que el juez Sérgio Moro lo
procesó por declaraciones de un ejecutivo de la constructora OAS, que al
delatarlo se aseguró un trato privilegiado (delación premiada es la
figura) por parte de la justicia.
Si los argumentos de Moro, y detrás suyo de la derecha brasileña,
suenan cuestionables, los de quienes lo defienden tienen también sus
puntos débiles. En efecto, entre Lula y las grandes constructoras
brasileñas hubo relaciones carnales, con cruce de favores que pueden no
ser ilegales, pero son cuestionables.
Durante años el ex presidente se dedicó a ofrecer su prestigio y el
de su gobierno para lubricar negocios de las multinacionales brasileñas.
En los dos primeros años después de dejar la presidencia (en enero de
2011) la mitad de los viajes realizados por Lula fueron pagados por las
constructoras, todos en América Latina y África, donde esas empresas
concentran sus mayores intereses. Durante este tiempo Lula visitó 30
países, de los cuales 20 están en África y América Latina. Las
constructoras pagaron 13 de esos viajes, la casi totalidad por
Odebrecht, OAS y Camargo Correa (Folha de São Paulo, 22-III-13).
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