El tratado contra las bombas de racimo firmado en Oslo en 2008 entró en vigor ayer sin que dos de los países que más las han utilizado, Estados Unidos e Israel, y otras potencias militares como Rusia asuman el compromiso de desmantelarlas o no usarlas. Se calcula que estos artefactos de efecto retardado e indiscriminado han matado ya a unas 100.000 personas desde que los nazis empezaron a usarlas en los años 30. Aproximadamente un tercio de ellas eran niños.
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